Había una vez un duende llamado Ping. Pin era un pequeño duende
que vivía en una gran ciudad, donde nadie se conocía.
Un día recibió una carta de un compañero suyo que vivía en un
pequeño pueblo a las afueras de la gran ciudad. En la carta su compañero le
dijo a Ping que le fuera a visitar. A la mañana siguiente Ping cogió una gran
paloma y voló hacia el pueblo de su amigo, fue un fabuloso viaje. A media mañana
Ping llegó al pueblo, allí le esperaba su amigo Pong.
Después de varios abrazos, Ping le contó a Pong que en la gran
ciudad nadie se conocía ni tampoco se divertía, por eso cuando recibió su carta
no dudó en venir a visitarlo. Ping y Pong pasaron unos días muy divertidos en
el pueblo de Pong. Los dos amigos iban a pescar juntos al río, jugaban al
fútbol con otros duendes, era fantástico.
El tiempo fue pasando y llegó el momento en que Ping tenía que
volver a la ciudad, le daba mucha pereza irse del pueblo porque allí se lo
estaba pasando muy bien y en la ciudad donde el vivía todo era muy aburrido.
Entonces Pong le dijo a Ping, ¿Por qué no inventamos un juego para que los de
la gran ciudad se lo pasen bien? Ping le dijo a su amigo que era una fabulosa
idea. A la mañana siguiente los dos empezaron a construir ese maravilloso
juego. Cogieron una mesa y la dividieron en dos partes por medio de una red,
luego cogieron dos sartenes y una pelota, uno se puso a un lado de la mesa y el
otro frente a él. Seguidamente, empezaron a lanzarse la pelota y fue algo muy
divertido. Como el juego lo habían inventado entre los dos le pusieron el nombre
de Ping-Pong.
Finalmente, Ping volvió a su ciudad y enseñó a sus amigos ese
juego tan entretenido.
Maria Francés Ripoll
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